Saltar al contenido

APUNTES DE PSICOTERRITORIO PARA CARTÓGRAFOS – PRIMERA PARTE

Nota preliminar: Este texto imagina la psique como una superficie en la que circulan flujos pulsionares (como una cuenca hidrográfica). En esta imagen transferiremos principalmente ideas lacanianas sobre su física, su anatomía (formación del relieve) y su fisiología (mecánica de fluidos). Advertimos que la presente meditación no está interesada en el melodrama edípico como fundamento de la formación del espacio psíquico humano, entendiéndolo como dispositivo de control social autoritarista, interesado y obsoleto. En cambio, cuando surjan acontecimientos en los territorios psíquicos que desencadenen relaciones de poder los señalaremos en su contingencia. En los capítulos en que revisaremos las fallas en la formación del sujeto como territorio psíquico veremos la psicosis, el narcisismo y la perversión como espacio, pero agregamos también como falla el espacio de la neurosis. Cuando el psico-territorio tiende a la fluidez de su hidrografía, irrigando en forma fértil las cuencas y valles, lo llamamos espacio de emancipación. Cada uno de los tipos de psico-territorio (al igual que la geografía terrestre) son lugares de acontecimiento político.
Los tipos no son aquí considerados estructuras clínicas, sino organizaciones político-territoriales signadas por una intervención originaria ineludible (introducción de la Ley) en la física misma del devenir de la mente humana, por tanto, no tenemos interés en las prácticas médicas de salud mental. Por último del goce lacaniano solo nos interesaremos en la gestión del ‘alivio’.

  1. Castración, Modelado de la superficie psíquica

Partiremos hablando de la castración como la acción dolorosa de esculpir una superficie viva por extracción de materia. Si el territorio psíquico está habitado por la pulsión (unidad mínima de la vida) , la castración, introducida como prohibición o frustración, y manifestada como lenguaje por la voz, entra a este territorio como una hendidura que modifica la topografía, como un cincelamiento del terreno. En este acto, el territorio vivo se siente vulnerable y sufre ante el modelamiento parcial o general de la superficie topológica- El modelamiento da cauce a la pulsión, y es el la relación de engranajes de la máquina deseo <-> falta/frustración que motoriza la actividad psíquica.
No tenemos claro si hay profundidad y estratos en el territorio psíquico; por el momento, lo imaginamos como un manto sin espesor y con plasticidad para ser modelado como concavidades y convexidades.

Describiremos, entonces, que la castración es un cincelamiento de una superficie, en la que se incorpora a este territorio un nuevo acontecimiento geográfico que puede marcar un límite, por ejemplo, un corral, por el cual avanza una pulsión, sin desbordar los márgenes, como si fuese una manada de guanacos cruzando un corredor biológico entre cadenas montañosas (usando la metáfora del filósofo-arqueólogo Alfredo Prieto).

En general, siempre la castración es un modelamiento por cincelado (introduciendo la palabra ‘dicha’[voz] instrumentalizada como ley) que da contención, restricción, dirección y/o sentido a la circulación de la vida en la topografía psíquica.

  1. Primera Ley, deriva continental

La castración siempre tiene que ver con la introducción de la ley en el territorio psíquico, y esta ley cumple con eliminar o, a veces, marginalizar la búsqueda primigenia y desenfrenada de perpetuar la totalidad y completitud de la vida intrauterina y los primeros seis meses de vida humana, en los que el bebé no distingue diferencia alguna entre sí mismo y la madre (incubadora y cuidadora primaria). La relación inicial de la busqueda primigenia es aes la simbiosis, en que el ente psíquico aún es indiviso, con su psico-territorio como una superficie lisa que se extiende al infinito en todas las direcciones. Esa memoria de un momento de superficie lisa permanecerá como paraíso perdido el resto de la vida. La pérdida del paraíso por la primera ley será el Misterio de la Caída (la primera castración como expulsión del paraíso).

La incorporación de la primera ley, que toma un tiempo de aproximadamente un año, entre los seis y los dieciocho meses de vida, es la introducción de la división separatoria. El nombre del padre (no el padre material, sino una ‘voz’ suprareal) separa, por sucesivas interpelaciones, a la madre del niño. La madre (la cuidadora primaria [pronto serán incubadoras robotizadas con inteligencia artificial]) se distancia y comienza a ser percibida como ‘un otro’ con sus propios deseos, en los cuales el ex-bebé solo ocupa un lugar parcial y contingente. La madre es un otro separado al ex-bebé. Este no es el objeto de satisfacción total de su deseo (y viceversa); el primer darse cuenta es de un profundo sufrimiento y melancolía.

En un ciclo de un año, se lleva a cabo un proceso de modelamiento de la superficie psíquica que deja un enorme evento topográfico, que podríamos imaginar como la fractura tectónica de un continente, y el choque de sus placas restantes, que colisionan, se elevan y forman cordilleras y valles. Lacan llamó a este evento ‘el-nombre-del-padre’, que se manifiesta como la primera castración, y tiene como resultado óptimo la formación de un sujeto emancipado (aunque existen cuatro tipos de resultados fallidos de los que hablaremos posteriormente).

En la fractura de la Pangea psíquica, parte de las placas son expulsadas fuera del sistema, por lo cual no solo hay nuevas formaciones geológicas fruto de las colisiones entre placas, sino también una importante pérdida de territorio. Se pierde el territorio de la madre primordial, al convertirse en otro, y se pierde la unidad simbiótica con el mundo, al dejar de ser una incubadora y convertirse en paisaje. La porción que queda como nueva superficie rugosa ‘sentirá’ para siempre la gran placa perdida como ‘dolor de miembro fantasma’.

  1. ElElla y Yo

La primera Ley divide y fragmenta, produciendo la separación del ex-bebé de la madre. Sin embargo, la entidad resultante está fragmentada en placas que colisionan. Estas placas deben ser reunidas, desaceleradas y estabilizadas en la psique del pre-sujeto (ex-bebé) con la ayuda de padre-madre (ElElla), quienes acompañan en una etapa de re-unión de la superficie psíquica cauterizando la herida.

Durante todo el proceso, el padre (voz) cumple con su rol de cincelamiento (castración primera), señalando reiterativamente la otredad de la madre, con el fin de realizar el corte (la Ley). ElElla cauteriza la herida-castración, estimulando la unicidad del nuevo sistema psíquico, una especie de mapa político donde los fragmentos son parte de una única nación. El ex-bebé es estabilizado y, luego de la aparición del otro, vuelve su mirada sobre sí mismo también como un otro. Se mira al espejo, ve un desconocido, siente que lo conoce, se re-conoce en el otro, surge como sujeto. Es la primera aparición del yo.

De aquí en adelante, si la deriva continental psíquica ha sido estabilizada correctamente, el ente creará un suplemento sintético del sí mismo monista radical destruido que será llamado yo, pero perderá la centralidad primordial. La centralidad será estrictamente instrumental y el yo solo se manifestará cuando se esté frente a un otro (real o imaginario). Cuando no hay otro, el yo desaparece, y el ente será lo que Lacan llama “ese que sabe, pero que no sabe que sabe”, una especie de fantasma informe co-localizado con el viviente biológico.

Si acaso el delicado procedimiento de castración y de cauterización  (separación, reunión y estabilización de los fragmentos) para construir la unidad del sujeto se ha realizado de forma óptima, esta será la primera vez que se activa el mecanismo de relojería de la máquina engranada por la tensión deseo <-> frustración/falta, que irá modelando el nuevo continente psíquico de ahí en adelante, a veces como vientos y erosiones, a veces como sismos y erupciones. La primera Ley -repitiéndose, siempre distinta, pero siempre igual- será la única Ley en la mayoría de los casos que modelará el topos psíquico recurrentemente en diversas intensidades durante el resto de la vida activado por un otro o por lo real.

Svyato (2005) de Kossakosky muestra el primer encuentro de un niño con el espejo, la aparición de un otro que es yo

4. El lenguaje, materialidad del par castración – cauterización

La función del ‘nombre del padre’ consiste en la separación del ex-bebé de la madre y el medio para reensamblarlo como una nueva entidad. Esta división, que separa en placas el continente unitario y liso de la psique, inevitablemente fragmenta el manto (la superficie) en un archipiélago rugoso que debe ser reunido y estabilizado rápidamente por la contención de ElElla.

El lenguaje se manifiesta como estrategia de organización, es decir, un andamiaje virtual donde se inscribe y registra la actividad de las placas tectónicas y que funciona como modulador para estabilizar el resto psíquico, que será la materia prima del yo.
El lenguaje tatúa una herida de cincelación en la psique, los surcos de ese tatuaje es por donde circula la pulsión. El lenguaje es la Ley de la libido modulando intensidades, pausas, sentidos y desviaciones en la superficie del nuevo sujeto en formación. Dicho de otro modo, mientras se hiere-cincela se inscribe un paisaje. Imaginemos como el agua hiere la zona que atraviesa, a la vez que, la modela como lecho y estabiliza como río.

Un ejemplo psicológico es el señalamiento del lenguaje como Ley para que determinada rugosidad psíquica, cincelada por la castración, sea un surco donde las fuerzas libidinales de la pulsión circulen sin desbordarse. Un caso concreto sería la contención de la libido en un corredor de cordones simbólicos para que no atraviese ciertos valles y no se manifieste el incesto. En la Ley, la prohibición del incesto tiene como función la regulación de la salud reproductiva de la especie. La prohibición, como estrategia de la Ley, necesita una infraestructura para efectuarse y por medio del significante canaliza la pulsión por un sistema circulatorio en la superficie psíquica.  

La oceánica magnitud del lenguaje se comporta como un magma donde se presentan, en un plano de inmanencia, todas las ecuaciones del lenguaje, en lo que los lacanianos llaman el ‘significante’. En su caso, el ‘significante’ juega en la frágil cuerda floja del esencialismo, porque, en su planteamiento, este precede al conjunto de los sujetos. En última instancia, esto significa que el lenguaje es portador del horizonte de sucesos de sí mismo. Es decir, no se trata de que preceda existencialmente a los humanos, sino de que todo lo que se dice es un decir desde el decir y hacia el decir. Por tanto, el lenguaje es un sistema artificial material que, a la larga, será reemplazado por otro tipo de sistema más eficiente. ¿Sistemas cibernéticos avanzados?

5. Fallas en el estadio del espejo (era geológica del nombre-del-padre)

5.1. Espacio Psicótico, esquizoterritorio

El infinito campo del lenguaje hace que, en la introducción de la Ley y la división del manto, no se pueda saber si la castración ha sido realizada correctamente. Tampoco se puede determinar con claridad si el proceso de cauterización de las placas y las nuevas geografías modeladas por la división y colisión de placas han sido estabilizadas por la contención de ElElla, que cobija esta nueva entidad en formación. Esto solo se puede ver a lo largo del tiempo, por medio de síntomas.

Existen dos posibles fallas. La primera es que la Ley no logre, por exceso de fuerza o por incoherencia del código, hacer entrar correctamente el lenguaje como registro, dejando las placas desvinculadas del decir, sin tracción del lenguaje en el psico-territorio.
La segunda falla es la imposibilidad de producir la cauterización, lo que impediría que el archipiélago resultante de la fragmentación causada por la castración logre reunirse y manifestarse ontológicamente como una unidad de sentido. Esto es, precisamente, lo que busca formar un sujeto del lenguaje y empaquetarlo como ‘yo’.
Si la primera falla ocurre, la segunda se producirá inevitablemente, pues la cauterización sucede a la castración.

Como consecuencia de la primera falla, el cuerpo psíquico no solo queda fragmentado como un archipiélago en cambio continuo (a), sobretodo que naufraga en el océano del significante, mutando caóticamente su forma al quedar expuesto a ecuaciones contingentes, en general desarticuladas (b). Naturalmente, al no haber anclaje entre el territorio y el registro, la Ley no tracciona, pues la Ley requiere ser fijada.

El humano no-sujeto de lenguaje no es capaz de estabilizar una imagen de sí mismo ni del otro, mientras ya ha sido separado del continente primordial.
Ahora todo es variación permanente y fragmentación. Y cuando desde el exterior aparece la Ley —que siempre es castración y sufrimiento—, este humano busca refugio en el océano significante y ‘forcluye’ la otredad productora de vulnerabilidad. La forclusión reemplaza en el campo simbólico lo otro (incluso en forma alucinatoria si es necesario) y permite al cuerpo psíquico fragmentado huir hacia el caos.

(a)  En la psicosis el esquizoterritorio fragmentado no es un archipiélago de bordes definidos, y ni siquiera es un conjunto de fragmentos que van modificando su borde. La gran falla de la psicosis es que la primera castración destruye la noción misma de superficie y lo que hay como fragmentación es pura fractura sin más. Lo que podía describirse como una entidad (territorio) se vuelve puro evento, pura colisión. Toda la energía de la realidad psíquica se desplaza de la superficie lisa a la herida destructora de la castración primera perpetuamente sucediendo, como plantea Lacan: “el significante primordial (Nombre-del-Padre) es rechazado del registro simbólico y retorna en lo real (‘una y otra vez’, agregamos).”

(b) Deleuze y Guattari sugieren que hay una operación política de desorganización de la estructuración fija en “un cuerpo” virtual. Una especie de psicosis voluntaria, en la cual el sujeto fuga fuera de aquello que lo ‘sujeta’ como estructura represiva. La organización, la función y el significado son reemplazados por flujo intensivo. A esto le llamaron CsO.

Aquí se sugiere que la castración que introduce el lenguaje como Ley es un aparato represivo totalitario. Y el sujeto es un viviente sumiso a la gobernanza general en su ser esencial (volveremos sobre esto cuando hablemos del neurótico como falla). En la desorganización voluntaria el lenguaje pasa de estructura represiva a materialidad del CsO. La poesía, el balbuceo, la glossolalia, la esquizofonía, el ruido son descentralizaciones del lenguaje en su función codificadora de inscripción y registro.

Performance radiofónica de Artaud (1947) en que se manifiesta el Cuerpo sin Órganos, CsO


5.2. Espacio Narcisista, melancolía geológica

La primera castración (nombre-del-padre) puede sufrir dos sabotajes. Uno es la baja intensidad de la potencia castrante, que puede ser producida por la débil “voz” del padre. En esta falla, la desautorización de la “voz” por parte de la madre y las señales contradictorias del par ElElla en la cauterización que forma al sujeto alteran la división de la Pangea primigenia, produciendo sí la separación de las placas, pero impidiendo que el nuevo sujeto comprenda que la superficie lisa infinita ya no está presente.

El fantasma del continente perdido está omnipresente, y el narcisista va construyendo sus propios surcos —siempre dolorosos— con el fin de recorrer una vía hacia el paraíso perdido. Todas las estrías son interpretadas como caminos hacia la Ciudad de los Césares, la Atlántida o Hiperbórea: el continente de sí que ha sido ocultado (melancolía geológica).

El sujeto narcisista queda atrapado en la sensación de secuestro de su propia geografía psíquica. En la falta narcisista, esta no motoriza el viaje del deseo hacia el devenir, sino que lo conduce hacia el territorio que debe ser recuperado, haciendo un viaje de retrogradación y poniendo su pulsión en la dirección y sentido de la restauración de la vida intrauterina. El rol de la madre como primera cuidadora y como incubadora es demandado al otro, buscando manipular la psique ajena para que se convierta en una actualización de este territorio perdido. La manipulación va dirigida hacia el deseo del otro, ya que la fantasía que se desprende de la castración débil es que la madre originaria deposita todo su deseo en el bebé, y el requerimiento del sujeto narcisista es lograr la completa sumisión del otro hacia sí como único objeto de deseo.

El otro no alcanza a ser leído como otro, ya que toda la líbido va dirigida estrictamente hacia la restauración del vínculo (la fantasía del vínculo primordial), y la otredad funciona como una infraestructura de reemplazo. La empatía que surge del reconocimiento del otro como territorio deseante no se realiza, debido a la ansiedad de retorno que la madre (rol) ha plantado en la Ley, hackeando y poniendo una puerta trasera en la nueva unidad del yo, por donde se cuela la demanda del ex-bebé.

El siguiente sabotaje se produce antes del proceso de castración. La madre cuidadora, durante la lactancia, da señales contradictorias al bebé y al ex-bebé, impidiéndole saber si es amado o no. A veces la madre muestra amor y, a veces, indiferencia o directamente rechazo. La búsqueda del amor de la madre copa toda la escena psíquica como deseo-frustración-confusión en la relación primordial. El paraíso perdido contiene en la experiencia primordial fracturas en la superficie y, durante la castración del nombre-del-padre, cuando aparece el lenguaje como experiencia intelectual, el sujeto interpreta la falta producida en la castración como el evento donde se manifiesta la contradicción esquizoafectiva, aunque en realidad esta venía desde el origen. Aquí, el sujeto narcisista realiza el mismo viaje de retrogradación, pero el paraíso perdido es aún más ficcional, ya que la superficie lisa infinita solo se experimentó como un parpadeo. La demanda del otro como madre primordial tiene aún menos coherencia en la sumisión del deseo del otro, porque aquí ni siquiera hay una sensación originaria a la cual anclarse para producir alivio.

Lo que Lacan llama goce, aquí lo llamaremos alivio (siempre provisorio), ya que es la consecuencia buscada (como quietud intrauterina) de la ansiedad sufriente. La sumisión del deseo del otro es progresiva, y también lo es el alivio, pero cuando la sumisión es absoluta, choca con la formación de un mapa nuevo. El sujeto narcisista es melancólico y lo que busca es la restauración de un mapa imposible (es perseguida activamente en un circuito de repetición compulsiva).

El comienzo y el final del vínculo del sujeto narcisista con el otro es siempre el fracaso y produce sufrimiento, ya que la entropía de la realidad lleva la pulsión de vida hacia el futuro, que siempre es nuevo, pero el sujeto narcisista desea viajar en la dirección inversa. Mientras va manipulando la relación con el otro hacia la reconstrucción del vínculo primordial, sostiene la fantasía de que viaja del presente hacia el pasado, y en la materialización esa fantasía, donde se pone a la escucha del eco del sí-mismo primordial en la entrega afectiva del otro, se produce su alivio. Cuando la entrega es completa, reaparece el presente y el alivio se desvanece (este circuito remite al mecanismo de la pulsión descrito por Freud y Lacan: la repetición nunca es absoluta y está marcada por la diferencia y la imposibilidad del retorno).

En el sujeto narcisista que ha sufrido la oscilación afectiva de la madre y la contradicción esquizoafectiva durante la lactancia, este no solo es profundamente inestable, sino que la exigencia de sumisión no tiene sentido (el sujeto narcisista no tiene punto de anclaje al haber vivido una ficción como un parpadeo). Las relaciones con el otro son un campo de prueba constante (el alivio también parpadea), y el narcisismo tiende a la inestabilidad paranoide, un sismo de destrucción de lo esculpido durante el presente en la placa psíquica.

5.3. Espacio Perverso, campo de prisioneros

En general, ha sido dicho por los lacanianos que la perversión es el goce de transgredir la ley.
Aquí nosotros hablamos de alivio y no de goce, y, como se mencionó en 5.2, el alivio es transitorio y representa la pseudo-solución (provisoria) para un sufrimiento que lo precede. En el caso de la perversión, el sufrimiento debe ser distinguido del dolor o del padecimiento, y diremos que el sufrimiento es una forma de vulnerabilidad que precede al dolor. Por ejemplo, el sufrimiento del miedo previo a una experiencia cuyo dolor no conocemos. En algunos videos de redes sociales, vemos a un sujeto que se va a lanzar en Benji, y en los segundos antes del lanzamiento sufre un ataque de terror. Luego, tras el salto, la sensación pasa por alivio y luego incluso aparece placer. No queremos decir aquí que del alivio se suceda consecuentemente el placer; una cosa no es consecuencia de la otra.

En otro eje del tema, la castración primera (nombre-del-padre), al formarse el sujeto del lenguaje, lo que sigue es la repetición del proceso de cincelamiento del psico-territorio y la cauterización, ya no asistidas por ElElla, sino que en relación al otro (que aparece por la castración primera). El par cincelamiento-cauterización es la manera en que se va modelando el manto, estructurándolo como una red de corredores y eventos topográficos por donde transita la pulsión hacia el devenir, y no es distinto de la práctica de la agricultura. En ese cincelar activo, que ocurre permanentemente cuando se produce el encuentro entre el yo y el otro, es motorizado por el par deseo-falta, que brinda energía a la actividad del “movimiento de tierra” coherente y productivo (tendiente a la sublimación de la tierra), siguiendo una vez más con la metáfora agrícola.
Todo encuentro del yo y el otro implica el dolor de la transformación de la forma del manto, y el equilibrio de este encuentro —en tanto que productor de vitalidad— entrega placer. El placer está dado entonces por la mutua resonancia dirigida hacia la sublimación de la pulsión de vida (fertilización).
Cuando el intelectual siente placer en descifrar un enigma, porta dentro de sí un otro imaginario como destinatario de aquella revelación (darse-cuenta [a sí mismo]).

En una conversación del año 2008 con el Gymnosofista, le preguntamos cuál es la diferencia entre placer y dolor. Este manifestó que el dolor era todo aquello que lo empujaba hacia la inmovilidad y la constricción. Era un estado de vigilancia que lo empequeñecía. El placer, en cambio, era todo aquello que lo llevaba a moverse, a danzar y a investigar nuevas posibilidades expansivas de su cuerpo. Incluso la quietud externa en el placer era acompañada de una percepción movilizadora y expansiva de su psique y del entorno.


La falla del sujeto perverso produce que este, luego de la castración primera, no desee volver a sentir el dolor del cincelamiento del manto. Sin certeza, podemos deducir que la castración fue parcialmente efectiva en cuanto a la introducción de la Ley como corte, pero produjo una refracción en la inscripción del lenguaje en el manto. Parece que dicha inscripción primera tatuada en la superficie del nuevo sujeto produjo tal sufrimiento que, en lo sucesivo, buscaría evitar de todas las formas posibles volver a ser cincelado (Trauma primero o desviativo). Los tanteos iniciales de la infancia buscan activamente la manera de no volver a ser atrapados por la Ley, y por tanto, las siguientes inscripciones no herirían el manto. Para ello, el sujeto perverso crea una superficie virtual donde se deposita la información de la inscripción de la palabra, sin experimentar cambio psíquico. No padecerá dolor de transformación, y a cambio, no sentirá tampoco placer ni empatía por el otro (es incapaz de resonar y de sublimar, no puede medir con el espejo de la experiencia el padecimiento del otro).

El deseo perverso queda dando vueltas en un circuito cerrado por el surco que fue cincelado en la castración primera. De ahí en adelante no habrá nuevos corredores por donde se propagará la pulsión vital fertilizando los pliegues de las superficies, de hecho el perverso perseguirá que no haya nuevos pliegues, su tectónica será similar a la de un cratón, en que solo la erosión del tiempo produce mínimas alteraciones.

El sujeto perverso debe recorrer un camino hacia el devenir que evada la relación directa entre el yo y el otro, y para esto construye un doble que, en lo esencial, produzca inscripción en la superficie virtual, y que transfiera la energía y la violencia del cincelamiento lejos de sí. Aquí la infraestructura perversa establece relaciones sintéticas que imitan la relación de mutua castración del yo y el otro, desviando por un corredor ad-hoc el dolor que le corresponde al relacionarse con otro y trasladándolo al otro.
La infraestructura perversa —siguiendo a Lacan— tiene cuatro formas de relación: dos escópicas (de la mirada) y dos invocantes (de la voz).

5.3.1. Voyerismo y Exhibicionismo (perversiones escópicas)

En el cine, existe un plano denominado “ley de la mirada”, en el que el personaje dirige su mirada hacia un lugar fuera del plano. Generalmente, esa mirada va acompañada de una intención y genera suspenso. El plano siguiente es presentado al espectador de la forma en que el personaje lo ha indicado, lo que hace que la mirada del espectador —y su emoción— queden “capturadas” en la escena, con el realizador como dueño del mirar del espectador. La atención queda completamente domesticada, tanto en la forma plástica como en la sensación del espectador, quien por un momento pierde su libre albedrío y se convierte en depositario vulnerable de lo que se le transfiera.

El sujeto perverso se relaciona con el otro capturando su mirada. Cuando la mirada del otro es capturada, se le transfiere la castración que corresponde al yo del perverso. Por ejemplo, en el voyerismo, el sujeto observa acechante a una pareja en su intimidad, lo que genera una primera sensación de control sobre la intimidad ajena, una transgresión deliberada de la Ley, con el fin de ponerla a prueba (nunca romperla). Sin embargo, la acción voyerista se completa cuando el perverso provoca que la pareja lo descubra. La pareja se cubre y siente vulnerabilidad. La mirada voyerista ha “capturado” y castrado a los otros con la acción de “ser visto viendo”. El cincelamiento ha sido transferido al otro como dolor invasivo, y la experiencia escópica ha sido inscrita en la superficie virtual. El voyerista no siente placer, pero sí alivio: ha integrado sintéticamente la intimidad y la vulnerabilidad sin “padecerla”.

Foucault detecta este mecanismo perverso en la infraestructura panóptica de Bentham, en el desarrollo de las cárceles inglesas del siglo XIX. El prisionero físico se convierte en un prisionero mental completamente capturado por un dispositivo arquitectónico que permite vigilar al prisionero sin poder ser visto. El vigilante es puesto en las sombras. El prisionero ha sido notificado de que está siendo observado, y eso es suficiente para que sufra y se contraiga. En las sombras, muchas veces no hay nadie vigilando, pero la captura ha sido realizada. Esta primera tecnología de captura, consistente en “ver sin ser visto, y hacerlo saber”, es una tecnología disciplinaria que hoy llega al paroxismo con el sistema de crédito social en la infraestructura IA de China. En el sistema Chino, el pago de puntaje no es una recompensa, sino la reafirmación del castigo potencial por transgredir la Ley. Llevado al caso del voyerista inicial, este castiga la intimidad vulnerándola, por tanto, no transgrede la Ley de la intimidad sino que impone sobre esta una Ley más represiva que la corrompe, a imagen y semejanza de su Trauma.

Panóptico de Bentham (1780), infraestructura perversa de captura psíquica des-velada por Foucault en Vigilar y Castigar (1975)

Cuando el típico perverso de cuentos va desnudo bajo una gabardina y la abre para que el otro se enfrente a su desnudez de manera sorpresiva, el acto exhibicionista busca capturar la mirada del otro. La captura es correcta si el otro se perturba al ver lo que en la sorpresa se vuelve ominoso. El otro siente nuevamente vulnerabilidad; su mirada ha sido castrada sin sublimación, la mirada ha sido castigada. El exhibicionista siente alivio al registrar la mirada del otro e inscribirla en su superficie virtual. Al inmovilizar al otro, interpreta las emociones de vulnerabilidad que éste ha rehusado sentir por miedo a su propia castración Traumática. Es como una forma de aprendizaje en la que el dolor del aprendizaje es reemplazado por el alivio de no padecerlo en carne propia (o psique propia más bien). La sustitución del dolor por el alivio es un mecanismo del sujeto perverso, quien prevé que tarde o temprano puede ser expuesto y busca anticiparse a la castración ejecutandola (sacrifica al otro a la Ley para que esta se apacigüe [razonamiento arcaico]. El perverso intuye que la Ley es una fuerza de la naturaleza y que tarde o temprano lo alcanzará). Este mecanismo de sustitución es la manifestación en bucle del trauma de la castración primera, y aunque no podemos decir con certeza por qué se produjo el trauma en la formación inicial del sujeto, podemos imaginar que este proceso fue excesivo a nivel libidinal, como si se hubiese producido un sismo o un huracán y un desmoronamiento desmesurado en las placas tectónicas cortadas por la primera división. Sea cual sea la razón material del trauma, todas las acciones de captura buscan únicamente anticiparse y capturar al otro, para evitar quedar atrapado en la experiencia de la castración. El perverso huye de su propia experiencia.

5.3.2. Sadismo y Masoquismo (la voz perversa)

Dos matrimonios machistas se juntan a cenar. El hombre del matrimonio A le pregunta a la mujer del matrimonio B sobre su nuevo inocuo hobby -al que se había referido al pasar unos minutos antes-. Cuando ella se dispone a responder, el marido de B le toma el brazo firmemente con discreción y se dispone a dar la respuesta a A. El hombre A escucha atento la respuesta del hombre B y la cena sigue fluyendo. Nadie se inquieta, no hay ninguna señal visible de malestar. Este es un ejemplo de sadismo que se vivía en la cotidianidad hasta hace pocas décadas, posiblemente hasta la oleada feminista/queer de mediados de los años ochenta del siglo XX (en el espacio occidentalizado).

Cuando, en la cena, el hombre toma el brazo de la mujer e inmoviliza su cuerpo para suprimir su ‘voz’ (la que dice de sí) y superponer la propia, el sádico transita desde la captura del cuerpo hacia la captura de la voz. Su propósito es imponer su propia voz en tanto que Ley. El sádico transfiere la castración propia, inducida por el Trauma original, al otro con el fin de recrear su propia experiencia situándose a sí mismo como padre para no exponerse al Trauma. Este traspaso del trauma al otro es un bucle en el que el sujeto perverso pretende ‘comprender’ su nebuloso sufrimiento sin enfrentarse al dolor. La recreación del Trauma original, tomando el rol del padre una y otra vez, es un esfuerzo parcial por comprender la castración primera sin exponerse a sus efectos. La estrategia es tomar el fantasiado rol del padre, y desde este lugar -aparentemente seguro- intentar mirar el Trauma (mirar orbitalmente el evento geológico desde la estación espacial).

La perversión sádica siempre va al encuentro del nombre-del-padre, ritualizando la recreación como si fuera una obra teatral. La comprensión parcial entrega alivio cuando el perverso, portador de la voz de la Ley, verifica en el otro (quien en la representación es él mismo como ex-ex-bebé) que se produce el dolor de la inscripción de la Ley. El sádico es el cincelador y experimenta un sucedáneo sintético del placer y la sublimación al conocer intelectualmente el mecanismo de la castración primera (conocimiento parcial sin experiencia directa). Como ya sabemos, su comprensión es superficial, ya que reprime completamente su exposición al dolor y no experimenta en su propio manto psíquico el tallado de la inscripción. Su percepción de la Ley siempre es elusiva y externa.

La perversión masoquista, en cambio, es una estrategia de recreación del Trauma en la que, en apariencia, se entrega el cuerpo al otro para que lo flagele. A través de la manipulación, el masoquista elige a un neurótico sumiso a la Ley y lo obliga a tomar el rol de castigador. La ‘voz’ del masoquista demanda ser castigada. El neurótico accede con dificultad, pues está transgrediendo su propia Ley integrada. El neurótico confundido es obligado a auto-castrarse caóticamente castigando el cuerpo del perverso. Así, este último cincela la superficie capturada abriendo surcos y corredores que alteran el tránsito de la libido del neurótico. No hay un plan en los nuevos surcos; estos se abren de forma caótica, generando fisuras y bifurcando lechos sin planificación (la estrategia solo es de captura). El sujeto masoquista percibe el displacer del neurótico ejecutor del castigo en su cuerpo flagelado que le sirve como instrumento para identificar el sufrimiento del otro y guiarse por este para cincelar su mente (todo es intensidad). El otro queda atrapado en el cuerpo del masoquista, quien, con su voz, es quien realmente flagela. El masoquista es espectador de la castración caótica, pretendiendo recrear el Trauma inicial usando su propio cuerpo como virtualidad para inscribir el manto del otro. En este caso el cincelamiento siempre será flagelo caótico. La recreación de la experiencia Traumatica en el otro se guiará por el sufrimiento del otro como pista hacia la propia castración inicial, pero jamás lo logrará y eso lleva al masoquista a repetir la captura una y otra vez.

El Ritual de Frank y Dorothy, en Terciopelo Azul (1986). Se produce el enfrentamiento entre el masoquista y el sádico. Con un gesto mínimo, Dorothy (el masoquista) marca que tiene el control de Frank (el sádico)

En la medida en que el sujeto perverso perfecciona la captura del otro y puede observar en profundidad el exterior de la Ley, se hace adicto a esta. El perverso no es un transgresor de la Ley, sino que está sujeto a ella como su ejecutor. Las transgresiones aparentes son ejercicios para llevar la Ley a sus límites y retornar con una pseudo-Ley deformada y opresiva, censurando la posibilidad de la sublimación (placer). Al quedar atrapado en el miedo a que esta se ejerza como un cincelamiento en su psicoterritorio, el perverso se posiciona a milímetros de ella, vigilante, ejecutor, siempre esperando que esta lo atrape algún día.

La voz perversa es la voz de la Ley que produce represión. Podemos percibirla en los discursos totalitarios que buscan adherentes en la venganza (el castigo de la pseudo-Ley) y enemigos en los insumisos (quienes devuelven, como un espejo invertido, sujetos sin trauma primario). Vivimos en tiempos en que los perversos han tomado por asalto la gobernanza planetaria y estan dispuestos (y tienen el poder) para ejercer la tortura.

Día de protestas en Buenos Aires, la ‘voz’ del gobierno de Milei cubre toda la superficie de amenaza y contradicción, miércoles 19 de marzo 2025

Fin de la primera parte

En la segunda parte veremos porque la neurosis es una falla y está anudada a la perversión. También propondremos el espacio emancipatorio, sus características geográficas y las cuatro posiciones de la emancipación: bajo sitio, expuesto, acechante, hacia el exilio. Seguimos

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *