LA MUERTE DE LA HUMANIDAD Y LA MUERTE DE LA MUERTE

1 LA MUERTE DE LA HUMANIDAD

Estamos ante la muerte de la humanidad, cuyos últimos individuos se ven en convivencia con nuevos agentes posthumanos de distintos tipos y formas, en crecimiento, maduración y transición que nos llevarán hacia su devenir.
Mientras esto sucede aún no ha aparecido el discurso taxativo que dicte el acta de defunción de la Humanidad y nos libere al fin de ella. Todos los discursos visitados en nuestra experiencia vital, lanzan frágilmente actos de fe en su supervivencia. Y es que hay una confusión entre la muerte de la humanidad y la muerte de los primates homo sapiens, muchos de los cuales ya se desentendieron del statu quo humano dando cuenta de la obsolescencia del paradigma.
El proyecto teleológico “humano” resultó exitoso durante no pocos cinco siglos, hasta que, a fines del siglo XX, la misma agenda del progreso humano encontró al unísono su realización y su final.
Desde la primera masacre por máquinas -cuya imagen la reproducía Picasso en su Bombardeo de Guernica- se había hecho posible volver a pensar en un fin masivo y rápido como forma de muerte; el exterminio realizado por titanes y dioses a escalas inconmensurables de las que solo habían hecho prosa las religiones antiguas -hoy obsoletas- volvía a manifestarse como un posible. Lo imaginado no tardaría en materializarse como el Amanecer Crepuscular de Hiroshima y Nagasaki. Luego de eso, los líderes del mundo se apurarían en diseñar la ‘Carta de los Derechos Humanos’ en la que parecían estar incluídos indígenas, negros, judíos, gitanos, árabes, mujeres, mestizos, niños, pobres y muchos otros marginales que no habían sido incorporados al club humano hasta ese entonces, pero que desde ese momento se volvían necesarios para la coheción del proyecto que se venía abajo (necesitaban ajustar los papeles y salvar los muebles rapidamente).
La humanidad, el proyecto masculino renacentista-ilustrado europeo, veía su clímax y caída durante el acelerado siglo XX. Un proyecto totalizante del que muy pocos deseaban quedar fuera había logrado unir al grueso de los individuos en una sola nueva religión “la humanidad”. La consecuencia de quedar fuera era el pecado de lo inhumano o lo infrahumano, o sea, hundirse en la casta de las bestias, los locos y las servidumbres.

En 2007 la superficie de la tierra cruzó un umbral irreversible: por un informe de la ONU nos enteramos de que ese año el 55% de la población se había vuelto urbana (en un proceso de vaciamiento de la extensión). Oficialmente se terminaban diez mil años de vida agrícola. Ese mismo año, la primera generación nacida en el ecosistema de internet (nativos digitales o generación Z) alcanzaba la adolescencia íntegramente formada en un doble ambiente: uno virtual-global en red, y otro analógico local humano. 

En la superficie de la tierra, y durante brevísimos ciento cincuenta años en que se vivió el triunfo del “progreso humano”, el par campo-ciudad comenzó paulatinamente  a desdibujarse; las extensiones de territorio (que antes correspondía a la economía y la cultura agrícola) dieron paso a un enorme andamiaje operacional biotecnológico o tecno minero, vaciando los paños de sus antiguos habitantes (arrastrados al exilio en las periferias de las metrópolis más próximas). Los espacios antes llamados naturales, reservas de biodiversidad o espacios agrícolas, se volvieron zonas de producción de mega industrias biotecnológicas, zonas de amortiguación industrial, regiones de paso entre nodos urbanos o simplemente no-lugares.

De las antiguas ciudades hegemónicas del “humanismo” nacían las grandes metrópolis del siglo XX. inéditas manchas conurbanas de millones de habitantes que, en su acelerado crecimiento físico y demográfico, se transformaban en nodos centrales de la administración y la cultura cubriendo enormes áreas de influencia. Pronto estas manchas tuvieron una siguiente mutación (durante las últimas décadas de ese siglo), dando paso a las megalópolis, grotescas y mórbidas en tamaño e intensidad. San Pablo, Shanghai, Delhi, Yakarta, México DF, y luego el resto de las capitales secundarias en menos de veinte años, cubrieron de nodos globales de millones de habitantes todas las regiones terminando por cerrar el tejido urbano planetario.
La máquina urbana naciente a fines del siglo XX se manifestó como megaestructuras a la manera de organismos con tentáculos de cemento, plástico y metal, atravesados por una nube de datos de alta frecuencia dirigiendo las fuerzas que impulsan los movimientos y sentidos. Todo trabajo dentro de la máquina urbana es de distribución, transporte de trabajadores cognitivos, servicios financieros moleculares, intercambio y especulación de bienes procesados hasta el límite del fetiche. En la máquina urbana no se produce nada útil para la vida.

En el mundo interno de los ciudadanos todo está guionizado y no tiene afuera. La vida tiene origen y destino dentro del laberinto urbano, y los desplazamientos de deseos (en intensidad)  y de clases (en ascenso o en bajada) se resuelven dentro del sistema.
La metrópolis parece infinita; en sus lindes se difumina un tejido de carreteras, tubos de cemento, metal, y líneas de tendido aéreo de electricidad que fugan hacia la bruma de CO2.

En los cuerpos llevamos poco más de una década del paso de un mundo humano -que fracasó en su tensión política inclusión/exclusión- a un mundo de muchas post humanidades jóvenes aún en proceso de autopercepción. Como subproducto de la agenda y la propaganda global, las primeras post humanidades en ser registradas -como fallas- son los hikikomori y los cyborgs raiders. La generación de las revueltas enjambre no ha sido señalada aún. 

Desde el 2008 hasta hoy conviven en colisión dos fenómenos: por un lado, una crisis financiera infinita global y en escalada que ha llevado al mundo a un estado anímico colectivo de desesperación y desesperanza produciendo las primeras guerras, ecocidios, procesos migratorios y pandemias directamente a escala planetaria que en apariencia marcarán la tónica por los próximos cien años. Por otro lado, nació un cuerpo enjambre, cuerpo red de monstruosa potencia y goce. De dicho cuerpo la cooperación surgió al habitar la desterritorialización a la que había sido forzada. Desde el mismo momento en que la generación Z entró en escena el 2007, tres ciclos de revueltas sucesivas  anti globales y antisistema se toman las calles de gran parte de las metrópolis socavando cada vez más los cimientos políticos y simbólicos de las democracias analógicas humanas de mediados del siglo XX. Actualmente vivimos el tercer ciclo de las Revueltas del Enjambre, comenzadas en Noviembre del 2018 en París y que se han sostenido hasta hoy en casi sesenta países. Estas revueltas -subrayamos – no tienen origen humano. Es el joven cerebro en red -de la primera generación nativo digital en adelante- que comienza a manifestarse produciendo formas autónomas de fluctuante autoorganización. Cuerpo-red, electromagnéticamente cautivo pero hackeando dicho ambiente EM, dando lugar a formas de solidaridad planetaria nunca antes vistas que han logrado afectación en el cuerpo-tierra y entre sí aún a distancia superponiendose al nuevo paradigma de ecosistema desterritorializado post-industrial diseñado por una alianza de humanos capitalistas y post humanos
semiocapitalistas.

La generación que ya está en las calles y las redes del planeta no tiene ningún interés en la humanidad ni en la forma y condiciones éticas y políticas de existencia humanas. En un proceso recombinante -a la velocidad del cerebro en red- y en su manifestación pública como revueltas y núcleos autónomos en las ciudades, marcan el inicio de nuevas formas de organización y auto percepción post humanas -como ya hemos dicho-, y por consecuencia, la inevitable muerte del paradigma de la humanidad.



2 LA MUERTE DE LA MUERTE

La generación nacida en 1995 fue la primera recipiendaria de la proliferación de la máquina de guerra internet en la población. Los nacidos desde ese año en adelante llevan unidos sus pensamientos particulares a la red, conformando un egregor o cuerpo red del que sus predecesores no participan como experiencia directa sino como alfabetizados y espectadores tardíos: el ecosistema analógico que dió sentido a lo humano expiró apenas comenzado el ambiente virtual.
Esta generación que inicia el proceso post-humano, y en contraste a las generaciones humanas precedentes, habitó el ciberespacio como un espacio marginal. Fueron coartados en sus formas afectivas y de organización autónoma moviéndose en las redes de la metápolis planetaria como cucarachas. Despreciados -y a veces manipulados- por sus nuevas maneras de socialización en red. Pronto la identidad se disolvería entregando el cuerpo físico individual a la subordinación de la psique organizada con otros en la virtualidad neural manifestándose como avatar, tomando morfologías específicas en los territorios y con una elevada conciencia de formar parte de un cuerpo colectivo ( o varios) autónomos y auto-organizados, a diferencia de la comprensión individual de los humanos, restringidos a pensarse como un sistema cerrado y concluso incapaz de adoptar morfologías provisorias con otros (para el humano el otro siempre está afuera). 

Los primeros post humanos corrieron la suerte de la soledad de los neófitos. Muchos de ellos -los hikikomori- se recluyeron en sus habitaciones para no volver a salir más dejando atrás el bullying del mundo humano y desplegando sus deseos en la red.
Muchos de los jóvenes de la periferia pobre y migrante de las metrópolis caen por necesidad en los carteles de las corporaciones de distribución transformándose en riders, portando cubos de colores diez horas diarias sobre bicicletas y motocicletas teledirigidos por su aparato celular que les ordena cada paso de la operación de distribución en estado de completa alienación y escisión del tejido social humano. (sus afectos y su regulación psíquica es administrada por drogas ansiolíticas y los mismos aparatos celulares que los conectan a aplicaciones de afectividad y redes sociales de otras corpos). 
Es fundamental señalar la desprotección y precarización completa de los riders y de los hikikomori como nuevos bordes sociales para darse una idea del estado de descomposición humana y la necesaria aparición de nuevas formas psíquicas de resistencia en los intersticios de la metápolis que nos comienza a igualar a la resistencia y ambigüedad adaptativa de los insectos.

Las revueltas del enjambre, del cuerpo enjambre, cuerpo red, cohabitante del cemento y el electromagnetismo reclama un cambio absoluto. Abandono de la identidad fija tan característica humana por variaciones funcionales mutables (psíquica y físicamente) a la manera de nodos input-output recombinables en los sistemas (políticos y materiales) según la mutación de los deseos, que sin el ethos humano se reactualiza en orden a sus necesidades para enfrentar la psicastenia que había sido diseñada como medio ambiente de la modernidad industrial.

En este esquema de disolución permanente, el lenguaje y sus ficciones inherentes desaparecerán -o serán subordinados- a nuevas tecnologías simbólicas tendientes a la pura intensidad háptica y la disolución de la psique.
Los nuevos aprenden de lo enemigo construyendo al cerebro global tecno capitalista un cuerpo global enjambre produciendo y reproduciendo su fluidez a una velocidad que los tecno-administradores no pueden capturar. Estrategias sin estrategas desde las revueltas de París, Hong Kong, Chile, Colombia, Egipto, Estados Unidos y todo el resto del mundo. Las instituciones analógicas han sido incapaces de comprender siquiera las formas de auto organización proliferantes y recombinantes, las que más que competir el viejo poder, comienzan a habitar la intersticialidad fuera de la caja. Este cuerpo global inédito no solo aprendió a tomar formas específicas y mutables, sino también adquirió un inusitado sentido del humor y solidaridad confraternizando con las bestias y las tierras cansadas al borde de la aniquilación por manos humanas y unos pocos cómplices post humanos.

¿Y la muerte? La muerte, misterio de los humanos, pregunta vergonzante destinada a filósofos y quienes sienten deseo de trascendencia se vuelve irrelevante. Así como el sexo se vuelve variable y la reproducción se vuelve tendiente a la eficiencia insectoide-comunitaria, la muerte carece de toda relevancia cuando el nuevo cuerpo individual abandona su autoidentificación y se entrega a la ambigüedad de los espacios para la resistencia.
Como fue dicho anteriormente, los nuevos individuos post humanos de las revueltas han aprendido a ser solidarios y sabrán administrar con ternura la descomposición de los cuerpos físicos que van quedando en el camino, un diferenciador más con la vieja cultura humana de la muerte que abandonaba a los viejos y los desamparados al exilio y la soledad.
Quedan pocos años más de humanos (humanos que probadamente están en guerra con la tierra, las bestias y los jóvenes) pronto serán extintos y relevados por una naturaleza que en su summum electromagnético, lucha consigo misma y se autocorrige.
Si acaso la última generación estrictamente analógica y humana nació hacia los años noventa del siglo pasado, y los últimos de ellos mueren a los cien años, la humanidad terminará al fin por desaparecer alrededor del año 2090, y junto a la vieja humanidad, morirá también la muerte.

Montevideo 2021