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Desde la Tortura Blanca hacia la Neo-Esclavitud

Durante el otoño de 2024, junto con Daniel Moreno B., escribimos un texto que ahora compartimos desde nuestros apuntes. En ese ejercicio -notas sobre la Tortura Blanca- ensayamos una definición de la violencia estructural oculta tras la precarización laboral, la cual, gracias a la complicidad y el ocultamiento, no parecía tener un correlato claro en la escena política frente a las nuevas formas de trabajo poscrisis (subprime, economía de plataformas y pandemia).

Se configuraba así una constelación de factores de precarización. Un ejemplo de ello es el cóctel explosivo de pobreza, migración forzada, discriminación social agitada desde los medios y redes, y trabajos en logística con contratos frágiles o directamente sin contratos. Otro ejemplo es la estetización del co-working, que enmascara nuevas superestructuras donde el trabajador independiente debe pagar por acceder a herramientas y espacios —tanto materiales como virtuales— que, directa o indirectamente, extraen renta. ¿Y en qué trabaja este independiente? Mayoritariamente, en labores de venta que oscilan entre servicios part-time y la comercialización de productos por catálogo de empresas transnacionales.

Un último ejemplo lo encontramos en los obreros y personal de servicio subcontratados. Estos trabajadores no son empleados directos de las compañías donde laboran, sino que firman con pequeños intermediarios. Estas empresas son lo suficientemente reducidas para evitar la sindicalización, rotar a los empleados entre distintas compañías y, con frecuencia, quebrar y desaparecer en pocos años, borrando todo rastro de indemnizaciones o seguridad social.

En muchos casos, los trabajadores, desclasados por las circunstancias y las narrativas progresistas, han llegado a avergonzarse de ser identificados como tales, optando por auto percibirse como autónomos o emprendedores. Una izquierda históricamente estructurada en torno a la defensa de los trabajadores fue, desde la globalización, cooptada por un progresismo liberal de clase media que abandonó a su suerte a los trabajadores, dejándolos sin representación política y coaccionando sutilmente su conciencia de clase.

Hacia mediados del año pasado, la intersección de la Tortura Blanca y el ascenso de la extrema derecha racista habían encendido señales de alerta en grupos críticos desde los DDHH y las izquierdas no hipsterizadas. En muchos países, la clase trabajadora migrante comenzó a ser el foco del escarnio público que llegó al paroxismo, señalándolos como criminales, incivilizados, insumisos, etc. [Sobre la industria de la denigración, exploraremos en notas posteriores las enormes ganancias que obtienen los países centrales y las megaempresas gracias a la disponibilidad de mano de obra extremadamente fragilizada, con nulo acceso a la justicia, ya sea por residencia temporal (eternamente temporal) o por su condición de ilegalidad. Dejaremos este tema pendiente, pero adelantamos que pondremos especial atención en las obscenas ganancias de las empresas logísticas y del sector de la construcción.]

Este año, las circunstancias han empeorado dramáticamente. Al momento de escribir estas notas, han transcurrido exactamente catorce días desde el ascenso de Trump al poder, y la atmósfera de terror se ha vuelto asfixiante. La clase migrante-trabajadora —legal e ilegal— ha sido objeto de una persecución política, policial y mediática sin precedentes en EEUU.

Trump ha expresado abiertamente su desprecio hacia los migrantes “hispanos” (centro y sudamericanos), intimidando a gobiernos y deportando de manera humillante a migrantes “cazados” en sus redadas. Sus amenazas de deportar a once millones de migrantes son, en la práctica, inviables. Por ello, resulta evidente que su verdadera intención es disciplinar: busca la sumisión para reducir los costos de la mano de obra barata. En el fondo, su lógica sociopática apunta a reducir gastos al máximo, impulsada por la insostenible crisis de deuda de Estados Unidos, que tarde o temprano estallará en el rostro del gobierno useño, marcando el fin definitivo de su hegemonía. Mientras tanto, seremos testigos (y víctimas) de los violentos y peligrosos espasmos de una bestia que se retuerce antes de caer en la irrelevancia.

NOTAS SOBRE TORTURA BLANCA *

El concepto de “tortura blanca” o “White Torture” fue acuñado por Amnistía Internacional para referirse a un método de tortura psicológica que busca socavar la resistencia y la dignidad de un individuo sin necesidad de recurrir a la violencia física directa. Este tipo de tortura se caracteriza por su carácter sutil y sistemático, utilizando tácticas como el aislamiento, la privación sensorial, el control extremo del entorno y la manipulación psicológica.

En el ámbito político y sociológico, se puede argumentar que existen ciertos paralelismos entre los efectos de la “tortura blanca” y algunas dinámicas presentes en la precarización laboral y en las relaciones capitalistas en la actualidad. Por ejemplo, la inestabilidad laboral, la falta de seguridad en el empleo, la presión constante por aumentar la productividad y la competencia feroz en el mercado pueden crear un ambiente de estrés crónico que afecta la salud mental y emocional de los trabajadores.

Además, la creciente brecha de desigualdad económica en muchas sociedades occidentales puede generar un sentimiento de alienación y desesperanza en aquellos que se encuentran en condiciones de precariedad laboral o en situaciones de vulnerabilidad social. Este tipo de situaciones pueden ser interpretadas como formas de “tortura blanca” en el sentido de que minan la autoestima, la autonomía y la capacidad de resistencia de los individuos, sin necesidad de recurrir a la violencia física directa.

Es importante analizar críticamente las estructuras sociales y económicas que permiten la proliferación de situaciones que puedan equipararse a formas de tortura psicológica. Es fundamental hacer foco de manera integral en las desigualdades y exclusiones que subyacen a la precarización laboral y al sistema capitalista en la actualidad.



NEO-ESCLAVITUD

El escenario donde las políticas extremas de deportación de Trump generan un clima de miedo y represión en una clase trabajadora ya precarizada y vulnerable, podría conceptualizarse como una “Neo-esclavitud”. Este término intentaría captar la transición desde la “tortura blanca” —caracterizada por su sutileza y enfoque en la manipulación psicológica— hacia un paradigma más abiertamente represivo y coercitivo, que combina elementos psicológicos con amenazas físicas concretas (como la deportación y la separación familiar).

La “Neo-esclavitud” reflejaría una intensificación de la violencia estructural, donde la precariedad laboral y la ilegalidad inducida se ven exacerbadas por políticas que buscan controlar y disciplinar a través del miedo. Este nuevo paradigma no solo socava la dignidad y la autonomía de los individuos, como lo hace la “tortura blanca”, sino que también introduce una dimensión de violencia explícita y amenaza directa, creando un estado de terror constante.

En el neo-esclavismo moderno, la clase trabajadora precarizada, especialmente los migrantes indocumentados, son sometidos a condiciones de explotación extrema bajo la amenaza de la deportación. Este sistema se basa en la deshumanización y la instrumentalización de las personas, reduciéndolas a meros recursos laborales desechables, mientras se les niega cualquier tipo de seguridad o derechos básicos.

La “Neo-esclavitud” transita desde la manipulación psicológica sutil hacia un régimen de control más abiertamente represivo, donde el miedo y la coerción física se combinan para mantener a una población en un estado de sumisión y explotación. Este enfoque no solo perpetúa las desigualdades estructurales, sino que también profundiza la deshumanización y la exclusión social trayendo pingües beneficios a una clase de mega-millonarios patológicamente narcisistas.

*el texto Tortura Blanca es de Daniel Moreno B. y Cristian Espinoza

1 comentario en “Desde la Tortura Blanca hacia la Neo-Esclavitud”

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